El filósofo argentino Enrique Dussel, dictó una serie de conferencias en la Johann Wolfgang Goethe Universität de Frankfurt, entre octubre y diciembre del año 1992. En estas conferencias, se ocupa del origen de la modernidad, tomando como punto de referencia el 1492. Partiendo de esta fecha, el pensador gaucho realiza una interesante reflexión en torno al en-cubrimiento de lo no europeo, generado mediante el descubrimiento de una modernidad que se reconoció constituida por un mítico ego eurocentrista. El material de estas lecciones fue ordenado y dispuesto en 1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad, un libro fundador en el que se introduce el tema de la interculturalidad, “discurso que deberá desarrollarse en el futuro, como diálogo entre las diversas culturas” “(1992:10)”.
En la parte preliminar de las conferencias, Dussel afirma su intención de referirse a algunos de los grandes pensadores de la ciudad de Frankfurt: “desde Hegel -que tiene su juvenil etapa de Frankfurt-, hasta la así llamada “Escuela de Frankfurt” que lleva su nombre” “(1992:10)”. Nosotros, por nuestra parte, fijaremos la atención en la lectura que Dussel hace de Hegel, y más propiamente, en su interpretación de la filosofía hegeliana de la historia. Lo que queremos poner de manifiesto, llevados de la mano del argentino, es que la visión histórica de Hegel da lugar a un desmesurado eurocentrismo, nefasto para la determinación cultural de los pueblos ubicados en el hemisferio Sur de la Tierra.
En efecto, en la primera conferencia del libro, titulada El Eurocentrismo, Dussel arranca indicando la idea kantiana según la cual la minoría de edad es una condición en la que se permanece voluntariamente por pereza o cobardía. En este sentido, se abre la posibilidad de preguntar a Kant, y de paso a toda la tradición ilustrada, si aún teniendo en cuenta la forma en que han sido sometidos los africanos o los indígenas americanos, estos “deben ser considerados en ese estado de culpable inmadurez” “(1992:20)”. Como la respuesta a dicha pregunta no se encuentra claramente explicitada en el kantismo, Dussel acude a Hegel, quien es comúnmente apreciado como la cúspide del idealismo, como el padre de la historia y como el fin de la filosofía.
La respuesta de Hegel al anterior cuestionamiento se plantea en términos afirmativos. Para el filósofo alemán la historia, que es “la autorrealización de Dios, de la Razón y de la Libertad”, representa “el desarrollo (ontológico) de la conciencia que el espíritu tiene de su libertad”, así como “el grado particular (ético-político) en la evolución del espíritu” “(2001:162)”. En el proceso de desarrollo espiritual, caracterizado por la linealidad dialéctica de sus movimientos, “la historia universal va del Oriente al Occidente. Europa es absolutamente el fin de la historia universal. Asia es el comienzo” “(1992:21)”. América y África, quedan así, por lo tanto, excluidas del itinerario histórico del espíritu. La historia, en tanto condición de posibilidad para salir de la minoría de edad, se olvidó de pasar por el Sur:
“Los americanos viven como niños, que se limitan a existir, lejos de todo lo que signifique pensamientos y fines elevados… En África hemos encontrado eso que se ha llamado estado de inocencia, un estado en que su conciencia no ha llegado aún a la intuición de ninguna objetividad, como, por ejemplo, Dios, la ley, en la cual el hombre está en relación con su voluntad y tiene la intuición de su esencia” “(2001:172,183)”.
La pretensión del alemán es tan elevada, que pone a América en una situación de inmadurez total, presente hasta en lo físico. Por eso llega a decir que la naturaleza (geografía) americana no es lo suficientemente apropiada para convertirse en países de cultura, que los americanos son seres débiles y perezosos, poseedores de “una inferioridad manifiesta en todo, incluso en la estatura, y que en los animales mismos se advierte igual inferioridad que en los hombres” “(2001:172)”. Después de condenar a los animales y vegetales americanos a ser más primitivos y monstruosos, y luego de definir a los individuos de América como simples bebedores de aguardiente, Hegel se ensaña contra Asia y contra África. A la primera la deja en un estado de absoluta inmadurez, por cuanto su papel puramente introductorio en la historia, la condujo a una niñez de tipo esencial. En cuanto a África, el asunto se torna mucho más soez, pues declara que los africanos carecen de la más mínima conciencia objetiva de la realidad, de modo que “el negro sea un hombre en bruto”. Hegel piensa en África, entonces, como “algo aislado y sin historia, sumido todavía por completo en el espíritu natural, y que sólo puede mencionarse en el umbral de la historia” “(1992:23,24)”.
Tan pronto como Hegel ha despotricado del Sur, se encuentra listo para echar su perorata eurocéntrica sobre Europa. En esta instancia Hegel “distingue todavía dos Nortes: al Este, Polonia y Rusia, que se encuentran siempre en relación con Asia; la parte Occidental del Norte, con Alemania, Francia, Dinamarca, y los países escandinavos que son el corazón de Europa” “(2001:198)”.
Comienza entonces concibiendo al espíritu germánico como el motor de la absoluta y verdadera realización de la historia mundial. La significación universal de los pueblos germanos, ajustada primero a los principios cristianos, se fue separando del ámbito de la cultura, legitimando racionalmente la libertad del espíritu a través de acontecimientos como la Reforma y el “Descubrimiento de América”. “La Europa moderna cristiana no tiene, según la opinión de Hegel, nada que aprender de otros mundos ni de otras culturas” “(1992:26)”. Por eso la supuesta realización del ideal cristiano cuenta con unas etapas o fases de desarrollo propias, que iniciando con las migraciones germánicas en tiempos del Impero Romano, pasando por la Edad Media feudal y rematando en el Renacimiento y los descubrimientos geográficos amparados por las Revoluciones Burguesas, nos hacen pensar en una dinámica trinitaria (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en la que sus elementos se relacionan para desplegar la justificación de sí mismo, en la autodeterminación infinita de la libertad moderna.
De ahí en adelante, consolidado el proceso de civilización que culmina con la asimilación del capitalismo inglés por parte de las sociedades liberales, “nadie podrá pretender derecho alguno (como hoy ante Estados Unidos) ante esa Europa del Norte” “(1992:27)”. El pueblo europeo se ha postulado asimismo como el centro portador del espíritu, y en este sentido, como el dueño de un “Derecho absoluto”. “Esta es la mejor definición no sólo de eurocentrismo, sino de la sacralización misma del poder imperial del Norte o el Centro sobre el Sur, la Periferia, el antiguo mundo colonial y dependiente” “(1992:27)”.
Como vemos, la idea hegeliana de la historia está apoyada sobre una sólida base etnocentrista. Por esta razón, el deseo de colocar a Europa como la única cultura poseedora de las verdaderas disposiciones históricas del espíritu universal, es muestra de una razón dominadora que solamente ahonda “el mito victimario y destructor de un europeísmo que se funda en una falacia eurocéntrica y desarrollista” “(1992:29)”. La degeneración humana no radica en “el Otro-excluido”, así como tampoco en el ser de los pueblos oprimidos, incomunicados y despojados de la alteridad necesaria para establecer diálogos tendientes a reconocer los estatutos ontológicos de la diversidad cultural. La verdadera degeneración quizá descanse en la razón de una civilización particularmente formada que, procurando diferenciarse a toda costa de la especie humana genéricamente constituida, ambiciona controlar el planeta con la violencia de una racionalidad universalista y falaz, misma que sirve para justificar filosóficamente la destrucción producida por la objetivación de su progreso.
Bibliografía y notas
Dussel, Enrique. 1492. El Encubrimiento del Otro. Hacia el Origen del Mito de la Modernidad. Madrid: Editorial Nueva Utopía, 1992.
Hegel, G.W.F. Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Madrid: Alianza Editorial, 2001.
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