viernes, 3 de junio de 2011

LA ENFERMEDAD DEL GUSTO POSTINDUSTRIAL


He revisado un texto de mi profesor sobre el estado del gusto estético en la época postindustrial, pero quedé bastante preocupado. Mi sensación tras el diagnóstico fue confusa: hubo mucha indignación, algo de rabia y cierto rechazo. Bajo esta disposición concluí, en un primer momento, que el arte actual padece serios achaques, y el gusto que lo comporta está, por lo tanto, enfermo.

Cierta molestia me aquejaba, y llevado por aquella intranquilidad, sentí la necesidad de hablar con el maestro. Lo encontré en su oficina, cruzamos palabra y le comenté los motivos de mi visita:

-        Eso le cuento, profe, estoy un tanto incómodo. ¡Es que parecemos idiotas, como alienados!

-        En realidad quiero ayudarlo -me dijo-, pero no entiendo bien su problema.

-        Pues mire, es como si el gusto estético actual estuviese enfermo, contaminado. Siento que fue puesto en jaque por la era postindustrial. Y no hay que ser muy ilustrado para dar cuenta de ello. Sólo basta con mirar la cantidad de arte ridículo  y apocado que se produce diariamente, por allá, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial (cuando el capitalismo lanzó su violento grito de guerra contra el mundo): un imbécil que se ata de piernas y manos al techo de un Volkswagen; el mismo imbécil pidiendo a su amigo (más imbécil aún) que le dispare con un arma en el brazo; un idiota que gusta tener sexo con los árboles; una puntilla clavada en la pared de un museo; un exitoso empresario que vende dibujos de sopas y de gaseosas. ¿Qué es eso, profe? ¿Entiende lo que digo? La cosa está grave. Porque, ¿dónde queda la figuración, la representación, el ánimo creador y las ganas? ¿Por dónde se les fue a estos tarados el espíritu crítico que caracteriza a todo artista? Una cosa fueron las vanguardias (Dadá, Duchamp, Tzara, Breton), pero otra cosa es toda la mierda que se produce técnicamente, que no es rebelde, que nada expresa, pero eso sí, que vende mucho. Termina uno por indignarse, profesor, y con razón. Definitivamente, estamos mal.     
     
-   Ya veo. Yo también, en algunos momentos, y de cierto modo, he pensado similarmente. En parte lo comprendo. Y es que dicho asunto no es liviano; en ocasiones llega uno a encontrarse impotente.  

-   Quiero que por favor me diga, profe, ¿cómo concibe usted la enfermedad? ¿Cuáles son sus síntomas? ¿De qué manera tratarla?

-    ¡Este bien, cálmese! Vamos a ver. Para ponerlo en los términos que usted ha referido, y poder entendernos mejor, será necesario decir que si hay algo enfermo en la actualidad, seguro ha de ser el Estado postindustrial. Si este se halla contagiado, es sin duda con el virus de la “idiotización”. La sociedad posmoderna padece una suerte de locura colectiva, reflejada en algunos síntomas tan peligrosos como el gusto por lo grotesco y la simpatía por el adefesio. El mecanismo funciona mediante la íntima relación entre “arte, industria y mercado”, que impulsada por una necesidad histórica de “globalización económica y mundialización cultural”, conlleva a la masificación, estetización y vulgarización de cualquier expresión. Su finalidad es meramente política, pues fija como objetivo el control humano y colectivo, adelantando así una práctica de poder fundada sobre dispositivos de consumo y determinaciones simbólicas: la libertad, la afirmación, la  inconformidad y hasta la revolución.     

-        Eso es algo medianamente claro, profe, pero lo que no logro comprender es por qué en la modernidad inmediatamente anterior, por ejemplo, aún cuando la influencia social del capitalismo era determinante, se pudo alcanzar una manifestación artística tan fina e interesante, y bajo estas circunstancias, conseguir tal grado de sublimidad.

-        Es un buen punto -respondió-, pero espere. Es vital considerar el hecho de que no sólo el arte, sino también la religión, la ciencia y las costumbres, se encuentran profundamente definidas por las condiciones históricas de la época. ¿Cuál será el motor de aquel avance histórico? No es nuestro interés ahora, y hasta podríamos hacer caso a Marx (las condiciones materiales de producción). Lo realmente importante, es advertir que el arte y su sensibilidad son fruto de un momento histórico concreto. De suerte que, así como el ideal cultural de la segunda modernidad (porque junto a Dussel o Mignolo podemos afirmar que existió una primera, dirigida por la ideología cristiana) fue la razón iluminada; en la era postindustrial, nuestro ideal cultural (por decir que tenemos alguno, cosa que muchos niegan) es el de la híper producción tecnológica, manifiesta en formas cada vez más complejas de consumo. El arte, por lo tanto, evidencia este modo de ser del sistema/mundo postindustrial. De allí las expresiones rápidas, insulsas e irreflexivas.         

-        La cosa puede funcionar desde esa perspectiva, ¿pero eso, profesor, no termina siendo una forma de limitación histórica muy radical, cierto determinismo que nos somete a contemplar impasibles cómo el arte se vuelve nada, el gusto se degrada, y la cultura, uno de nuestros rasgos por excelencia, se deja invadir por la economía?   

-        No lo creo así -objetó-, pues me niego a reconocer que estemos condenados del todo. El asunto de la historicidad, no es un lastre que el arte tenga que soportar eternamente. De hecho, el paso de un estadio a otro siempre implica superación. Pero esta superación tiene que irse preparando de modo paulatino. O recordemos cómo el paso del arte moderno al contemporáneo, trajo consigo la democratización, es decir, la abolición de los privilegios. En este sentido, considero que una forma importante de ir sanado la enfermedad industrial del arte, es justamente situándolo en su condición histórica. El próximo paso a seguir (dificilísimo por demás), será el de reconocer qué es arte y qué no lo es, o lo mismo, qué es una manifestación poética y qué un brote de agitación comercial. De ahí para adelante, no tendría mucha certidumbre, ya que no acostumbro a realizar pronósticos. Lo único, y con esto terminaría, es que dicha labor compromete hacer una exploración, no sólo en el campo de la estética misma, sino también en la educación, en las relaciones económicas, en la política y el conocimiento. Esto solamente, desde luego, si todavía aceptamos que el arte es representación de la realidad, y que la realidad es, por naturaleza, compleja y complementaria. 

Ahora lo dejo -dijo levantándose-, porque tengo consultas de otros estudiantes. Por lo pronto tenga en cuenta que el arte es un fin en sí mismo, y no podemos matarlo al asignarle una finalidad productiva.



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