lunes, 16 de mayo de 2011

ANTONIO CABALLERO - SIN REMEDIO



Sin remedio es una novela del controvertido escritor y periodista bogotano Antonio Caballero. Fue publicada originalmente en España en 1984, por la moribunda Editorial Bruguera. Tiene fama de ser, “quizás, la novela más larga de la literatura colombiana” “(Caballero, 1996)”. En sus casi seiscientas páginas, se desarrolla una historia “gestada desde la imaginación y la memoria” “(Torres, 2004)”, lo que hace ciertamente apreciable la labor creativa del autor:

“Lo que pasa es que como duré tanto tiempo escribiéndola -dice Caballero, en esos doce años estuve una vez en Bogotá. En realidad, la novela es escrita lejos de Bogotá y de memoria” “(Torres, 2004)”.  

Es una novela que está, a mi juicio, muy bien hechecita. Su lenguaje es sencillo, fluido y ameno, además, es realmente divertida: jocosa, rabiosa, irónica, sensual, violenta, triste, culta y hasta poética. Sin embargo, pese a su gran calidad, Sin remedio no ha gozado del prestigio que probablemente se merece. No ha tenido el reconocimiento necesario, “ni ha sido reseñada. Lo que sí ha tenido es lectores minoritarios, estudiantes de la Universidad Nacional que encuentran en ella cosas interesantes” “(Entrevista)”.   

La novela de Caballero cuenta la historia de un bogotano acomodado que intenta escribir un poema. Ignacio Escobar, el protagonista, es un hombre de treinta y un años que vive mantenido por la mantenida de su mamá, una viejita enferma, de las duras de Bogotá, oligarca hasta el culo. Escobar es al parecer un güevón como cualquier otro, pero la vida le empieza a dar vueltas cuando su novia le pide que tengan un hijo, y él, impulsado por la inercia y la habladera de mierda, se niega rotundamente, diciendo que “un hijo es el fin de la libertad”, de la libertad burguesa. De ahí en adelante, y durante los catorce capítulos que componen la novela, la vida de Escobar se vuelve una nada. De estar en la tranquilad de su apartamento echando humitos, polvitos y versitos al aire con Fina, pasa a ser un noctambulo tremendo: bar por allí, bar por allá; jartera que viene, jartera que va; trabita así, trabita asá; pipí durito, teticas blandas; viejas todas las que quiera; carreta al cien; mamertera insoportable y unos problemas tan maricas pero tan verracos que solamente se los gana ese man.  

La trama se desenvuelve entre meras farras, perico y whisky; entre Kennedy y Zipaquirá; entre Vivaldi y Julio Iglesias; entre el culito de Patricia y las teticas de Beatriz; entre la noche de Chapinero y la lluvia del Centro. Todo parece dispuesto en la Bogotá de los setenta, una Bogotá jodida, jodida. Esa ciudad de Sin remedio se da garra, está en la remala, toda convulsa. Como la de ahora. Las calles vueltas mierda, la gente hambreada, las putas calientes, los tombos bien cerdos, el tráfico, el ruido, las luces, la multitud: todo está revuelto. En esto el autor me parece muy bueno. Me refiero, desde luego, a las descripciones, que son verdaderamente expresivas, más allá de la exactitud, de la precisión:

“Al parecer llovía en todo Bogotá, con una lluvia fina que iba royendo el asfalto, que borraba en el cielo el resplandor de los anuncios luminosos, que dejaba una baba resbalosa en el cemento gris de las aceras. Montones de basuras fermentadas se disolvían bajo la lluvia, soltando bocanas de vaho tibio. La Carrera Trece era un corredor de agonía, un encajamiento de luces de neón surcado por los buses que pasaban iluminados como altares en la Semana Santa, con las puertas abiertas, despidiendo un hedor ácido de cuerpos humanos fermentados… A través de los vidrios, sucios de grasa y lluvia, se veían quietas caras borrosas, verdosas, torvas, de ojos muertos” “(Caballero, 1996)”.  

Ignacio Escobar se despelota entonces en menos de nada. Se pone a chimbiar con faldas, se pone a mariquiar con política de la brava, de la pura mamerta, se degenera por completo. Lo  bueno es que nunca hace nada -nada en el sentido de influir práctica y realmente sobre su entorno, porque eso sí, para tirar y trabarse, Escobar lo tiene finito -pero siempre resulta embalado. Embalado por aquello de dejarse llevar, de verse arrastrado. No existe en este personaje correspondencia alguna entre pensamiento, lenguaje y acción. ¡Qué problema tan áspero! Escobar concibe una ontología de la unidad, de la identificación y la permanencia (“Las cosas son iguales a las cosas”). Quiere ser como el Uno de Parménides, quieto ahí como una güeva:

-“No vamos a cine porque veo una contradicción repulsiva para el intelecto en el hecho de levantarme para ir al cine. De abandonar mi inmovilidad. ¿Se da cuenta? Hacer precisamente lo que la definición de inmovilidad excluye.
-Eso se llama pura pereza
-Como usted debería saber, el lenguaje es una herramienta muy burda. Pero llámelo pereza…No se trata de comodidad, se trata de quietud. Ni siquiera de quietud: se trata de quietismo. Del anonadamiento de la voluntad para encontrar la unión con Dios. Ni siquiera de trata de mi inmovilidad individual, sino de la inmovilidad consustancial al Ser” “(Caballero, 1996)”.

Sin embargo, el devenir del mundo real, su constante movimiento, le obligan a entender que su concepción del mundo, expresada a través de la poesía, le sirve para limpiarse el rabo:

“Palabras.
En vez de un mar de luz,
el rio de la forma:
reflujo en el flujo
ir y volver intercambiables.
La realidad no se repite:
es nuestro, y no real,
ese afán frívolo de simetría” “(Caballero, 1996)”.

La vaina queda clara por allaaá al final de la novela, cuando sale “fresco y curado” del encierro de su apartamento con su CUADERNO DE HACER CUENTAS en la mano. Al comienzo del día es pura coincidencia que su poema se ajuste a la realidad, porque con el pasar de las horas, del caos y la violencia, los hechos empiezan a superar, a desbordar su lenguaje, a hacerle ver que todas las cosas no son iguales a las cosas, que su idea de una realidad unitaria es absurda, que algo no andaba bien entre su pensamiento, su lenguaje y su realidad, y que su poema no sirvió para nada (“Mierda: literatura”).  

“¡Un pueblo!
¡Con hambre!
¡No vota!
¡Se organiza!
¡Y lucha!” “(Caballero, 1996)”.

¡Qué va! Las cosas no eran iguales a las cosas:

“Llegó andando hasta la calle diecinueve, acalorado y exhausto. Por ninguna parte veía pueblo organizado y luchando. Soldados, señoras que se limpiaban con pañuelos mojados el dedo colorado de tinta… las mesas de votación estaban atestadas de ciudadanos que votaban felices” “(Caballero, 1996)”.

Lo mismo le pasa con su otra frasecita del poema: “No se conoce sino la propia voluntad”. ¡Carreta también! Lo único que no conoce Escobar es su propia voluntad. Por eso la vida siempre lo anda jaloneando, porque es mucho más fuerte. Escobar no reflexiona, no interviene ni decide, simplemente se deja llevar por lo que pasa, sin ponerle freno. Si no basta con leer la novela y ver que el muy abeja siempre termina preguntando cosas como: ¿Qué hice? ¿Por qué terminé aquí? ¿Quién me trajo? ¿Cómo ocurrió todo esto? Aunque en el fondo no hay arrepentimiento (o no profundo, en todo caso). A decir verdad, Escobar es un personaje al que todo le vale cinco, todo lo que implique esfuerzo, trabajo, obligación, contrato, convención, orden positivo. Este personaje me recuerda mucho a Meursault, el de El extranjero: ambos viven la vida así, sin más, dejándola pasar, apoyados sobre la espontaneidad que les brinda su naturaleza sensible, muy hedónicamente: Meursault todo mar, brisa, Sol, María; Escobar toditico hierba, ducha, perico, cama, whisky, Ángela.    

Con lo anterior despacho uno de los temas que creo están presenten en la novela. Así pues, tras haber esbozado una muy breve presentación de la obra y de su argumento, quisiera seguir con otro tema que a mi parecer es importante en Sin remedio.  

Se trata del problema social y político que atraviesa transversalmente el libro. Todas las instituciones que conforman el orden social urbano, se encuentran corroídas en Sin remedio por la mordacidad de la sátira. Este Caballero no deja títere con cabeza, le pega a todos los perros: a la vecina loca, a la gente enajenada, a la mamá brincona, a la familia hipócrita, al artista profesional, al médico enfermo, al cura marica, al paraco, al revolucionario estrato cuatro con sirvienta en la casa, a todos. Lo que pone en evidencia esta intención del autor va más allá de hacernos cagar de la risa. El video es más serio y tiene que ver justamente con la configuración ética y legal de un colectivo en relación con el individuo:

Sin remedio es una parodia magistral, expresada sobre todo a través del lenguaje: cada uno de los personajes representa un nivel distinto: el tópico político, la cursilería, la ignorancia, las distintas clases sociales. Escobar, impecable en su conciencia y en su voluntad antitópica, es también victima de la realidad expresiva, acentuándose de esta forma su soledad. Como toda parodia, el humor sirve para resaltar el valor del modelo, su altura moral; el protagonista, a través de lo grotesco va revelando la riqueza de su personalidad y en la altura de su trágica dignidad asistimos al desenmascaramiento de una sociedad sin remedio” “(Caballero, 1996)”.

La crisis del sujeto contemporáneo, tan clara en Ignacio Escobar, no es gratuita, ni mucho menos, por lo que en el centro de la cuestión está el rollo de la implosión de las bases que sostenían la estructura de la conciencia del hombre moderno. El final de los grandes relatos, de las ideologías y las utopías, dio paso a un fenómeno político en el que no es posible una existencia vinculante entre el sujeto y la sociedad, a partir de determinados modelos culturales que generen cohesión social. Para la muestra un botón: Escobar.

Estos son, a mi modo de ver, dos amplios asuntos que guarda la historia de Sin remedio. Ahora bien, siguiendo a Escobar quien “se esforzaba escribiendo para que la forma no dominara el contenido, y porque el contenido no reventara la forma” “(Caballero, 1996)”, me gustaría -para ir terminando- enunciar un par de cosas con respecto de los procedimientos formales utilizados por Caballero.   

En cuanto a la forma, primero juzgo necesario indicar el juego que aparece en la novela con los narradores. Hay a simple vista un solo narrador omnisciente, constituido en tercera persona. Mas si se mira bien la relación entre los diálogos y la narración, tenemos que muy a menudo se mezclan, se confunden, por lo que la voz del narrador tiende a tomar la forma del protagonista. “Se narra en tercera persona (técnica de distanciamiento que oculta, en realidad, a un narrador en primera persona)” “(Caballero, 1996)”:  

“Escobar se quedó sentado en el sillón, inmóvil, con la mirada vaga puesta en la hilera de papeles que asomaban por el filo de la puerta y a veces se movían, como si bajo la puesta soplaran rachas de viento. En el techo golpeaba la señora Niño. Algún día iba a tener que tomar medidas serias con respecto a la señora Niño. Y encima Henna, qué horror. Una punzada en el epigastrio le recordó su abandono. Fina había venido, se había ido otra vez. Fina había abortado un hijo suyo. Ah, imbécil, imbécil, imbécil. Él. Fina también, imbécil. Ah, mierda” “(Caballero, 1996)”.

La obra, por otra parte, es también interesante desde el punto de vista de la experimentación tipográfica. En su interior, contiene fragmentos dispuestos de diversas maneras, aunque más que todo en columnas, con los cuales se pretende asimilar la acción o el acontecimiento, expresados por lo general a través de onomatopeyas:

          “Tap                              A                           En Bogotá no pasa nada
Tlic                               a                           nada
Tap tap                         a                           nada
Toc tap                         a                           nada
                                                ah                         nada
                                     a                           ah
                                     h                           no pasa nunca nada
                                     h                           nada” “(Caballero, 1996)”.

Sobre este mismo punto, el autor también realiza un notable uso de mayúsculas (cosa que no he visto mucho en la literatura) cuando el propósito es resaltar o enfatizar algo:

-“TODAS LAS PSICONEUROSIS SEXUALES
-MIERDA, MIERDA, ZAPATETA, MIERDA
-¡AAAAAHAAHHAGGGAHAAGGGHHHAAAAAJAAAAHHJHHHHA! A! AH!
-¡PEQUEÑO BURGUÉS RADICALIZADO!” “(Caballero, 1996)”.

De igual modo, resulta bien logrado el que Caballero se acerque lo más fielmente a los modos de expresión de los personajes, aún cuando esto implique hacer un uso deliberado del lenguaje incorrecto, mal escrito:

“He estado pensando (ja ja: y yo diciéndole a usted que no piense tanto!!! pero es en serio, he estado pensando mucho, no solo de lo nuestro sino de todo, moseñor Botero me dio a leer unos libros) (Nitch, bueno, de todo! ¿Usted ha leído a Willim Bleik (¿se escribe así?), en eso que dice de que empuja tu arado sobre las osamentas de tus antepasados? No parece cura, ya le digo, yo lo adoro), pero bueno, lo que le decía: he estado pensando, y yo creo que lo que a usted le pasa es eso, que es “cobarde” “(Caballero, 1996)”.

Esto sin duda tiene que ver con el buen trato que hace el autor del elemento polifónico en la obra. En Sin remedio están claramente delimitados los modos del lenguaje y las formas de expresión de cada uno de los personajes, de acuerdo con la posición técnica que ocupan dentro de la constitución del relato, y de la posición social que ocupan dentro del espacio narrativo. Dicho rasgo lo veo como una ventaja significativa frente a novelas contemporáneas del mismo corte.  

De otro lado, siguiendo con esto de la forma y tal, otra herramienta que ayuda a consolidar la novela son las alusiones. La obra de Caballero “acude a una muy variada y compleja tradición. Tenemos ahí la prosa de un autor saturado -pero no indigesto- de cultura literaria y actualizado con propiedad en ideas filosóficas, históricas y sociológicas” “(Caballero, 1996)”. Toda la obra está repleta de música, de literatura, de historias, de mañas, de dichos, de todo:

“Como en el caso de Leopoldo Bloom y de Stephen Dedalus (es decir, de Joyce) los personajes son más sensibles a las impresiones literarias y musicales que a las plásticas o pictóricas. Las referencias literarias pueden ilustrar las ideas estéticas del narrador, cumplir una función paródica, iluminar el ritmo de la prosa” “(Caballero, 1996)”.

En fin, ya para acabar con esta breve presentación de la obra, diré sencillamente que Sin remedio es una buena novela que vale la pena leer. Antonio Caballero hizo, en efecto, un muy bien trabajo, y no sería justo despreciarlo por su condición de periodista o hijo de escritor famoso. La novela tiene sus cositas, incluye buenas reflexiones, trata temas difíciles y saca buenos paros. Sin remedio es un rollo bacano que tiene de todo y da para mucho. ¡Es una novela sin remedio!



Bibliografía y notas

Caballero, Antonio. Sin remedio. Santa Fe de Bogotá: Editorial Seix Barral, 1996.

Torres, Andrés O. Una larga cita Sin remedio por la noche bogotana. Bogotá: I.D.C.T, 2004.

Entrevista a Antonio Caballero. Documento electrónico disponible en:
http://www.arquitrave.com/entrevistas/arquientrevista_Caballero.html







1 comentario:

  1. Muy buena reseña. La manera como la presenta la hace única. Buscaba esto en la web, y al fin lo encontré.

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