Lo que Nietzsche quiere poner de manifiesto con este escrito, es que su reflexión se encuentra fuera o más allá del alcance moral que históricamente ha determinado el pensamiento, el lenguaje, y en general, las dinámicas sociales. En efecto, para el autor es evidente que la verdad, aquella convención que pretende fundarse sobre la base de un conocimiento universal capaz de integrar adecuadamente la correspondencia entre la realidad y el lenguaje, aparece o se genera a partir del olvido de la mentira original, a saber: que los conceptos son simples metáforas usadas colectivamente por los hombres para vivir en sociedad, para poner fin a la “guerra de todos contra todos” y proporcionar “también las primeras leyes de verdad”, con lo cual se otorga poder al gran mentiroso, o lo mismo, a aquel que se halla sumido en el más inconsciente seguimiento de la verdad. Así pues, si el compromiso de mentir “de acuerdo con un estilo obligatorio para todos”, entraña una limitación moral basada en la obligación general, lo que Nietzsche desea es precisamente saltar la barrera moral que obstruye el pensamiento, criticando genealógicamente el dispositivo histórico que impele al ser humano a mentir.
A mi modo de ver, Nietzsche da lugar a una reflexión genealógica, debido a que rastrea el origen y desarrollo histórico del concepto de verdad y de su contrario (aunque en el texto es más bien su sinónimo), la mentira. Como puede verse, lejos de pretender los principios morales o epistémicos de la verdad, el autor procura indagar por los productos convencionales que resultan de la dinámica social entre seres humanos. En este sentido, más allá de dedicarse a fundamentar una teoría concreta que dé cuenta de la naturaleza de la verdad en tanto patrón de conocimiento, lo que Nietzsche elabora es una reconstrucción de los motivos humanos que dieron origen a la verdad, es decir, al dispositivo que conduce los más profundos intereses de la voluntad de poder.
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