domingo, 15 de mayo de 2011

SOBRE LA INDEPENDENCIA. UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA


Presentación

Lo que se conoce históricamente con el nombre de Independencia de Colombia, fue un proceso político, militar y social largo, difícil y complejo. Este proceso tuvo como escenario “el ciclo histórico de la segunda mitad del siglo XVIII y las tres primeras décadas del siglo XIX (1781-1830), en el cual ocurrió en Colombia la culminación de una serie de factores condicionantes y la dinámica de diversas fuerzas políticas, sociales, económicas y culturales interrelacionadas, las cuales precipitaron la crisis de la Independencia” “(Ocampo)”.

El objeto de esta breve relación, es en consecuencia, mostrar que el desarrollo de la crisis independentista colombiana no sucedió en una sola fecha, ni en una jornada, no fue solamente una batalla ni una simple declaración. En este sentido, mi interés descansa en aclarar, por lo tanto, que dicho desarrollo obedeció a un conjunto causal de fenómenos complejos e intrínsecamente relacionados, y que el proceso revolucionario, visto en su más amplia dimensión histórica, contiene problemáticos componentes internacionales, continentales y nacionales.  

Antecedentes e Influencias

La revolución colombiana de independencia, como todas las revoluciones en América Latina, contó con importantes antecedentes e influencias del mundo occidental. Desde el punto de vista de anteriores emancipaciones, se destacaron, principalmente, la Guerra de Independencia de los Estados Unidos en Norteamérica y la Revolución Francesa en Europa. Estas y otras insurrecciones, animadas por la doctrina burguesa del liberalismo democrático, por el incipiente movimiento capitalista y por los ideales de la Ilustración, abrieron el camino para posibilitar el despliegue de la Revolución de Occidente.

Es importante por esto hacer mención del significado de la Revolución de Occidente, pues fue en su espíritu que el mundo occidental pudo avanzar hacia la consolidación de órdenes sociales diferentes. La Revolución de Occidente, entendida como el conjunto de insurrecciones que se dieron paralelamente entre el siglo XVIII y bien entrado el siglo XIX en diversos rincones del planeta, se constituyó como el paradigma que “presentó la crisis en sus diversas manifestaciones en la sociedad, la economía, la política, las instituciones y las ideas en general. Alentó la crisis que llevó a la modificación del sistema de creencias tradicionales de la sociedad occidental, el cual al debilitarse llevó hacia la meta del cambio radical de las estructuras tradicionales, para seguir un derrotero hacia la sociedad moderna, antropocéntrica, democrática y liberal” “(Ocampo)”.

Este ambiente de tensiones, pugnas y levantamientos, fue el marco en el cual las revoluciones anticolonialistas de América pudieron empezar a formarse. Los lideres independentista latinoamericanos, encontraron dos importantes modelos ideológicos de acción en este medio: el primero, en las llamadas Revoluciones Burguesas de Occidente, las cuales pretendieron una revolución industrial y comercial, que permitiera alcanzar cambios sociales y políticos más profundos, como “el logro de las libertades económicas, individuales, gobiernos democráticos y el fortalecimiento del capitalismo comercial” “(Ocampo)”. El segundo modelo se halla íntimamente ligado a la Ilustración europea en general, pero más precisamente, a la Ilustración Francesa. Con la Ilustración pudieron percibirse serias influencias, no sólo en el campo del conocimiento y de las ciencias en cuanto tal, sino también en el campo de la acción política, cultural, social y económica. El ideal ilustrado de un hombre autónomo, capaz de regirse según las normas y virtudes de su propia razón, permitió pensar también que los derechos que poseen los pueblos a su autodeterminación, vienen dados naturalmente y en virtud de ellos mismos. Fue luego frontal el ataque al régimen feudal, a las monarquías y a los absolutismos. La naciente y poderosa clase burguesa, influida o dirigida por la Ilustración, vio en estos avances la oportunidad de revolucionar la sociedad europea, de arrebatar el poder a los reyes, de establecer la democracia, consolidar el liberalismo industrial y el utilitarismo, de sentar las bases para una plataforma social y cultural racionalista, y en fin, para ir perfilando el principio de progreso tan caro en esos tiempos.  

La Situación Internacional  

América no estuvo al margen de este movimiento revolucionario, por lo que en las tres etapas que conformaron el proceso de independencia colombiano, siempre existió una directa influencia internacional. Tanto en la etapa de gestación o fermentación independentista, como en la lucha y consolidación revolucionaria, el papel que desempeñaron ciertas potencias extranjeras fue realmente determinante. Los problemas políticos que afectaban a Europa y América se reducían y mezclaban en uno solo -o en unos pocos, haciendo intrínsecos y necesarios los nexos entre continentes. De este modo, sucedió un enlace de intereses que involucró a varias naciones en una misma trama, a saber: Francia, encabezada por su emperador Napoleón, quería formar un sólido bloque continental con los países del centro y occidente europeo, para enfrentar más cómodamente el poderío comercial y tecnológico de Inglaterra. España y Portugal, por su parte, eran reinos atrasados económica e industrialmente, que por su configuración política monárquica, imponían dificultades al proyecto napoleónico de unificación. En otro lugar del juego estaba América, y allí mismo situado el Nuevo Reino de Granada, dispuesto bajo el control del Imperio borbónico español. La Nueva Granada reclamaba mayor participación en el amenazado e inestable sistema de gobierno central, al tiempo que demandaba soluciones a las dificultades comerciales ocasionadas por la coyuntura diplomática de la metrópoli. Para estos mismos años, esto es, para comienzos del siglo XIX, la potente Inglaterra ya comenzaba a fijar su mirada sobre la riqueza y calidades de América.  

El resultado de todo este conflicto fue indudablemente más negativo para España que para el resto de los actores, si se tiene en cuenta que la metrópoli tuvo que soportar el estallido de dos revoluciones, manifiesto en la crisis borbónica de gobierno. De esta forma, mientras que por un lado la Corona Española trataba de sortear la difícil situación que representaban las abdicaciones monárquicas, la invasión napoleónica y el reformismo político que afectaba ideológicamente la unidad del Reino; por otra parte, los pueblos americanos, organizados en juntas de gobierno autónomas y dotadas de cierto poder representativo -menor, no obstante, que el de las juntas españolas, “hablaron entonces de la inexistencia de un gobierno legítimo, pues eliminada la monarquía española por Napoleón, el Imperio español había quedado en orfandad” “(Ocampo)”. Tal conjunción de factores exógenos y endógenos, trajo como consecuencia un vacio de poder que se proyectó a todo el Imperio español. De ahí que entonces las tendencias políticas que se debatieron al interior de España en la época de su independencia (una tradicional y otra liberal moderna), se hayan proyectado también hacia la crisis de Independencia americana.    

Las posibilidades que brindó aquel vacio de poder en la crisis española, fueron de gran importancia para “una generación de la independencia que conocía las doctrinas del derecho natural de los pueblos, la esencia de la soberanía popular y las tesis populistas de que todo poder que no descansa en la justicia, no es un poder legítimo” “(Ocampo)”. Estas condiciones permitieron el establecimiento de posiciones políticas fijas al interior de los cabildos abiertos, celebrados en distintas regiones de Latinoamérica. Las posiciones eran ciertamente estrechas en relación con los grupos juntistas que comenzaban a perfilarse como una suerte de partidos, y se ubicaban más o menos con algún rigor entre quienes apoyaban la “resistencia a la dominación napoleónica y juraban lealtad al rey, y quienes se resistían definitivamente a la dominación colonial de España en América” “(Ocampo)”. Fue así como surgió una lógica de confrontación política fuertemente cargada de valoraciones maniqueas: estaban los realistas, autonomistas, chapetones, colonialistas y ultraespañoles, frente a los patriotas, patriotas anticoloniales, independentistas, anticolonialistas y revolucionarios. En este marco es pues innegable el importante papel que desempeñaron la tradición y la revolución, ambas proyectadas por la vanguardia política europea, en la crisis de la independencia.   

El Movimiento Político de la Independencia o la Revolución Criolla 

Ahora bien, antes de describir los rasgos que conformaron el movimiento político neogranadino de comienzos del siglo XIX, es realmente necesario hablar de un movimiento precursor. Este movimiento tuvo lugar entre mediados y finales del siglo XVIII en distintas partes de América, y presentó como principal característica “la participación de los estamentos inferiores (indígenas, negros y mestizos), o sea, la presencia del pueblo en la revolución de Independencia. Los grupos rebeldes que actuaron en esta época, presentan una tendencia de origen económico y social, es decir, se presentan como movimientos campesinos y de sectores populares”. La actividad de este movimiento en general, no tuvo como fundamento el logro de una revolución política de orden estructural, sino que sus reivindicaciones fueron más bien de “esencia reformista económica y social” “(Ocampo)”.

Los movimientos precursores más destacados de finales de siglo, se encontraron ubicados principalmente en Paraguay, Brasil, México, Venezuela, Chile, Perú, Cuba y el Nuevo Reino de Granada. En cuanto a este último, resulta particularmente interesante su organización, y de cierto modo, los alcances sociales que mostró. De naturaleza eminentemente fiscal, el Movimiento de los Comuneros consiguió el apoyo de un importante sector popular del centro del país (20.000 hombres), el cual, comandado por algunos criollos ricos y otros rebeldes campesinos, obtuvo la garantía de ciertas libertades y beneficios públicos (defensa de las tradiciones jurídicas, rebajas de impuestos, libertad de cultivo, libre comercio, acceso a puestos administrativos, seguridad para los indígenas, etc.). Sin embargo, debido a la diferencia de intereses en el seno del movimiento, algunas traiciones afectaron las negociaciones y debilitaron la militancia, con lo cual el núcleo popular de las gentes fue reprimido y brutalmente castigado. No obstante, pese al duro fracaso y el cruel aplastamiento que sufrió el pueblo comunero, es indiscutible “considerar que demostró las debilidades del gobierno español y abrió el camino a posteriores rebeliones, ya conscientes de la problemática de la emancipación. Los movimientos populares del siglo XVIII se convirtieron en los prolegómenos de los alzamientos nacionalistas del siglo XIX” “(Ocampo)”. 

Así pues, con la fuerte influencia revolucionaria de los próceres comuneros -quienes no contaron en su tiempo con una forma de agrupación política formal, los criollos independentistas de los primeros años del siglo XIX, acudieron en primera instancia a la formación de Juntas de Gobierno, a imitación de las organizadas en la metrópoli. “Sus fines inmediatos implicaron la salvaguarda del territorio americano para el rey Fernando VII, ante la posibilidad que la Madre Patria llegara a ser ocupada totalmente por Napoleón” “(Ocampo)”. Como ya existía en España la confrontación política de las juntas metropolitanas, algunas juntas americanas siguieron el modelo liberal moderno de las españolas, pretendiendo autonomía. Esto generó los primeros levantamientos en La Paz y en Quito, que si bien “fueron derrotados y al parecer desvinculados de la opinión general”, sirvieron de guía para las demás juntas americanas.    

Entre tanto, tras intentar la conformación de una junta provincial que reuniera las voluntades de los neogranadinos y los quiteños, el patriota Camilo Torres redactó el conocido Memorial de Agravios a petición del cabildo de Santa Fe. Allí se exponía el derecho de los americanos a participar igualitariamente con los españoles en el gobierno de la Corona y a asumir autónomamente los destinos de los pueblos que las juntas tenían a su cargo.

Luego de esto, sobrevino la revolución política de 1810 liderada por los criollos autonomistas. En el Nuevo Reino de Granada, esta revolución nació como fruto de la participación de los criollos rebeldes en los cabildos. Inició con el cabildo de Cartagena, sucedido por el cabildo de Cali y por una serie de acciones revolucionarias cometidas en distintas partes del territorio. Dicha revolución culmina en Santa Fe el 20 de julio de 1810, con la reunión en el observatorio astronómico de los autores intelectuales de la famosa reyerta ocurrida en la tienda del español don José Llorente. La insurrección criolla terminó en la tarde con la declaración que hizo José Acevedo y Gómez, el tribuno del pueblo, del Acta de la Revolución del 20 de julio de 1810, en la cual se afirmaba una independencia relativa, toda vez que “el pueblo reasumió la soberanía popular, sin abdicarla en otra persona que en la de su augusto y desgraciado monarca don Fernando VII” “(Ocampo)”. Ya en otra acta dictada el 26 de julio de 1810, se eliminó la condición que imponía la intervención del monarca y de la Suprema Junta de Regencia, declarándose así la absoluta independencia y radicalizándose la revolución.    

“La revolución política de 1810 y la declaración de la independencia absoluta, representa el ascenso al poder de los patriotas granadinos, liberados de los tres siglos de coloniaje español” “(Ocampo)”. Este enorme paso encontró, infortunadamente, varios obstáculos que lo dificultaron. En este sentido, uno de los mayores inconvenientes que encontró la consolidación revolucionaria, fue el de las pugnas y divisiones al interior del nuevo gobierno granadino. Después de alcanzar una eventual liberación, los dirigentes de las principales regiones decidieron organizar provincias, disponiendo juntas independientes que administraran el poder político. Esto devino enfrentamiento, puesto que existían posiciones encontradas frente a los modos de organizar el territorio y el gobierno, además de múltiples intereses creados de maneras diversas. Aparecieron así las tensiones entre centralistas y federalistas (génesis de la violencia bipartidista colombiana), siendo imposible fijar una posición unánime que permitiera dirigir el desarrollo de la nación. Tal situación es la que se conoce como la Patria Boba, que en realidad puede no ser tan boba, si se cuenta con el hecho de que no han resultado propicias las medidas de centralización y unificación del poder, entre otras cosas, porque la pluralidad social y cultural de Colombia ha exigido un modelo administrativo que de cuenta de las necesidades de las distintas regiones en relación con sus condiciones y posibilidades.  

En todo caso, la historia demostró que en una situación de crisis como la que vivió la Nueva Granada durante sus cinco años de experiencia republicana, cierto grado de acuerdo y unión hubiese resultado bastante favorable. Se olvidó por completo que la débil España aún seguía viva en el juego, y que como tal, podría ser capaz de recobrar sus ánimos. El desorden y la casi completa desconexión social de las regiones provinciales, sumados a “la restauración de Fernando VII en el trono español, a la conformación de la Santa Alianza y a la llegada de don Pablo Morillo y el ejército expedicionario de la Reconquista en los finales de 1815” “(Ocampo)”; estos factores, en suma, se fusionaron de modo preciso para amenazar totalmente el proyecto independentista de la Revolución Criolla. “En el Régimen del Terror de la Pacificación Española, pereció la mayor parte de la generación inspiradora y realizadora de los destinos de la primera República granadina” “(Ocampo)”.     

La Consolidación Revolucionaria

“A la etapa de Reconquista española y de la vigencia de la reacción realista, sucedió la culminación y el triunfo de la revolución hispanoamericana. Es una fase que se caracteriza por la Guerra de Independencia, la incorporación de gran parte de los sectores populares a la causa patriota de la Independencia y el nacimiento de los nuevos Estados nacionales hispanoamericanos”. Este periodo revolucionario se vio alentado por la resistencia que suscitó el sangriento Régimen del Terror de Pablo Morillo, “el cual estimuló en las masas populares el sentimiento patriota y la reacción a la pacificación, que facilitaron el triunfo del Ejercito Libertador con la unión de granadinos y venezolanos” “(Ocampo)”.   

En efecto, los métodos militaristas extremados que utilizó el general Morillo en su tarea de reconquista a través del territorio neogranadino, permitieron a la nueva generación rebelde, agrupada en la Campaña Libertadora, reunir la mayor cantidad de apoyo popular posible, continuando de una u otra forma con la misión de sus antecesores criollos. Es evidente la estrategia social, política y militar que distinguió la empresa libertadora que cristalizó la Independencia de la revolución política de los criollos. La diferencia más notoria se halla en el hecho de que los libertadores vislumbraron la clara necesidad de constituir una campaña militar seria que agrupara a todos los estamentos de la sociedad. En el caso de los criollos, por el contrario, su revolución no pasó de ser un conjunto de planteamientos y estratagemas confinados a los intereses económicos de una suerte de burguesía. Simón Bolívar, por su parte, ayudado por el general haitiano Alejandro Petión, pudo entender que la liberación sólo sería posible si se incluían en la lucha a todas las capaz de la sociedad, otorgándoles su legítimo reconocimiento como actores sociales. Sin embargo, la luz de la historia demostró también que la reunión bolivariana de la inmensa masa popular, obedeció muy en el fondo a un recurso militar, ya que consolidada la Independencia, y abierto el camino para la construcción de la República Nacional, las clases populares fueron aisladas políticamente y retiradas de cualquier forma de participación social. 

Pese a la suerte que sufrieron las clases bajas que intervinieron en la guerra, es ciertamente indiscutible la función que desempeñaron. Los indígenas, divididos política y territorialmente, actuaron en favor de la liberación en la zona del altiplano cundiboyacense, el Magdalena y el Atlántico; otros se opusieron en la zona sur occidental de Pasto, brindado apoyo a la facción realista. Los mestizos en cuanto tal, tomaron parte principalmente en la zona de la actual Región Andina, antiguo fortín del Movimiento Comunero. Los negros, a su vez, se desenvolvieron en la región occidental, comprendida por el Choco, Antioquia y el Valle. Existieron así mismo numerosas agrupaciones guerrilleras de carácter campesino y popular, que ubicadas fundamentalmente en la zona centro-oriental, se opusieron con decisión, en un comienzo, a la Pacificación española, integrándose después a los ejércitos del Libertador. 

La financiación del movimiento libertador y de sus ejércitos, estuvo siempre marcada por la carencia, la necesidad y el préstamo. La campaña se inició en un momento difícil comercial y económicamente hablando, pues como ya lo denunciaban los criollos en sus criticas a la economía colonial, la Corona siempre impidió la circulación internacional de los productos mercantiles americanos, lo cual sumado a la incapacidad de la metrópoli de abastecer a las colonias con los artículos más necesarios, generó el estancamiento de la producción americana. La multitud de impuestos y las trabas a  la economía colonial, la mala distribución de la tierra y una economía de autoabastecieron forzada por la metrópoli, entre otras, fueron las causas que precipitaron la dependencia colonial. Fue entonces en el marco de tal dependencia y escasez que la Guerra de Independencia tuvo que acudir, primero, a la ayuda prestada por algunas naciones libertas que desearon colaborar, y luego, a los empréstitos ingleses y a la asistencia militar.

Al superar el largo proceso de campañas y batallas que mantuvo en guerra a las tierras suramericanas por más de seis años, la economía y las condiciones sociales de la recién creada Gran Colombia se vieron afectadas. La prolongación y rigor del conflicto perjudicaron la estabilidad del erario, lo que obligó a poner en marcha un fuerte plan fiscal. Se declaró la emergencia económica, por lo que el peso de los impuestos fue considerable. La activación de la economía fue en realidad lenta y complicada, debido a que la agricultura, la minería, la industria artesanal y el comercio en general estuvieron paralizados por los reclutamientos y movilizaciones masivos.  

Conclusión

Este extenso y complejo proceso de Independencia, que acogió en su interior la crisis impulsada por la tradición y la revolución, fue alcanzando un primer término en la segunda década del siglo XIX con la formación de la Gran Colombia. No obstante, se trató únicamente de un término eventual, y por lo tanto, de una revolución marginal que trajo consigo una Independencia relativa. Las luchas gestadas en lo profundo de la República en torno al “problema de las formas políticas para el nuevo Estado Nacional”, sumadas al grave inconveniente social y económico que dejaba la guerra, a la incomoda posición financiera que empezaba a figurarse con los prestamistas internacionales, y en general, a cierto afán de poder movido por intereses particulares, hicieron del enorme esfuerzo independentista una transformación insuficiente y sumamente parcial.   

La desfavorable situación en que han estado sumidas las clases bajas del país -mismas que prestaron su mano y regaron su sangre en la Guerra de Independencia, la asimilación de modelos políticos, económicos y culturales foráneos, la continuidad de la economía de subsistencia y de los proyectos beneficiarios de la dependencia, y en fin, la incapacidad generalizada para asumir cambio estructurales y realmente significativos, han hecho que el país ingrese en las órbitas semicoloniales y neocoloniales en las que hoy se debate. La revolución de Colombia, y comúnmente las revoluciones en América Latina, han sido revoluciones inconclusas. La verdadera revolución está aún por hacerse.   



Bibliografía y notas

Ocampo López, Javier. El proceso político, militar y social de la Independencia. En: Nueva Historia de Colombia. Vol. 2. Bogotá: Editorial Planeta, 1989.  





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