1. Introducción
El concepto de ideología hizo su aparición formal en el pensamiento de Marx, manteniéndose inconcuso en la cima del marxismo que reinó durante la primera mitad del siglo XX. Para la línea más dura del movimiento marxista, esta categoría era irrebatible, por cuanto reflejaba clara y directamente un hecho problemático dentro de la dinámica social de clases: los grupos dominantes desarrollan representaciones que generan una falsa conciencia clasista, reproduciendo y legitimando su dominación. El término mantuvo cierta vigencia, hasta que se transformó, con el pasar de los acontecimientos, en una impresión propagandística al servicio de los regímenes políticos de izquierda. La noción de ideología llegó a estar totalmente polarizada, circulando como estratagema discursiva en los contextos antiimperialistas de las Guerras Mundiales. Las posteriores atrocidades cometidas en la época de Stalin, permitieron dar cuenta de que las ideologías no tenían un origen exclusivamente liberal, siendo necesario replantearlas. Desde entonces la ideología ha sido uno de los conceptos más polémicos de las Ciencias Sociales, recibiendo innumerables ataques de diversos orígenes teóricos.
En efecto, las críticas al modelo clásico (marxista) de la ideología han sido abundantes. Así por ejemplo, podríamos nombrar las objeciones formuladas por la Teoría Crítica, el enfoque disciplinar propuesto por Foucault, la respuesta a los metarrelatos hecha por Lyotard, la perspectiva sociológica de Baudrillard y Bourdieu o el análisis de la Teoría General de la Ideología llevado a cabo por Althusser. Estos puntos de vista constituyen solamente ejemplos de lo que, sin duda, ha de ser un espectro de réplica mucho más amplio. De manera que, por lo que respecta a nuestra intención de trabajo, el espacio disponible no sería suficiente para desarrollar cada uno de los anteriores horizontes. En este sentido, el objetivo del presente texto radica en intentar dilucidar cuál es el papel del lenguaje en la concepción que forman los estudios culturales y el análisis del discurso social a propósito del problema de la ideología. Para tal fin resolvemos apoyarnos en dos textos, a saber: Althusser, los estudios culturales y el concepto de ideología del profesor colombiano Santiago Castro-Gómez, y El discurso como interacción en la sociedad del lingüista holandés Teun van Dijk.
Comenzando con el planteamiento de Van Dijk, lo primero que cabe señalar es que el autor se posiciona críticamente frente al concepto clásico de ideología. Para él resulta inconveniente el seguimiento de una idea tan estrecha como la postulada por el marxismo (véase el primer párrafo), porque su definición sugiere que “los grupos dominados son incautos ideológicos…que no pueden desarrollar sus propias ideologías de resistencia” “(Van Dijk)”. De suerte que su interés sea mejor el de examinar una noción general de ideología, que en el sentido más amplio de sus funciones, se precisa como elemento coordinador de las relaciones y prácticas sociales entre individuos. Las ideologías son vistas entonces como aquellas construcciones simbólicas compartidas por los miembros de una comunidad, las cuales, por su carácter eminentemente social, permiten establecer representaciones vinculantes, efectivas en el plano de la acción grupal e individual.
Entre tanto, las ideologías presentadas de este modo no deben ser confundidas con el lenguaje natural de los grupos. En este respecto el autor aclara que si bien el lenguaje reviste un aspecto socialmente compartido, su función primordial es la de establecer lazos internos de interacción comunicativa. Las ideologías en cambio sirven como “autodefiniciones compartidas grupalmente que permiten que sus miembros coordinen sus prácticas sociales en relación con otros grupos” “(Van Dijk)”. Así mismo, las ideologías según Van Dijk tampoco son equiparables a la ciencia, y en general, al conocimiento:
“Las ideologías deben ser más fundamentales que el conocimiento, pues representan los principios subyacentes de la cognición social y, de ese modo, forman la base del conocimiento, de las actitudes y de otras creencias más específicas compartidas por un grupo” “(Van Dijk)”.
Como vemos, esta nueva visión de las ideologías abandona la postura tradicionalmente peyorativa del marxismo, para encuadrarse en un lugar crítico e inclusivo. La vieja ideología que deforma la conciencia política del explotado, alienándolo completamente, se ha transforma ahora, desde el análisis del discurso, en un conjunto de representaciones sociales básicas que posibilitan la organización y la cognición grupal.
Ahora bien, de acuerdo con lo anterior, aparece una cuestión de fundamental importancia, esto es, la pregunta acerca de cómo se hacen manifiestas las ideologías. Este interrogante nos remite directamente al tema del discurso, debido a que existe una íntima relación entre la estructura ideológica de un grupo y las prácticas y creencias individuales de sus miembros. El asunto consiste en reconocer que hay dispositivos intermedios que enlazan los grandes dominios ideológicos con los hábitos sociales asumidos individualmente, y que tales mecanismos operan por vía del discurso. Los miembros de un grupo acogen las direcciones ideológicas de la estructura como medio de participación, pero como ellos interactúan práctica y discursivamente, sus mismas prácticas y discursos estarán determinados, en consecuencia, por una fuerte carga ideológica. “Al mismo tiempo…, las ideologías pueden a su vez ser adquiridas y reproducidas por los grupos y sus miembros, en particular por medio de la comprensión, la distribución, la abstracción y la generalización del discurso. Así, todos los niveles y propiedades estructurales del discurso y el contexto pueden “codificar” las ideologías de los usuarios del lenguaje” “(Van Dijk)”.
En lo tocante a la orientación de los estudios culturales, es necesario señalar la dirección que sugiere el profesor Castro-Gómez, para quien este nuevo paradigma debe apuntar hacia una crítica de la economía política de la cultura. Para el filósofo colombiano es evidente “que mucho de lo que hoy se publica o se escribe bajo la rúbrica de “estudios culturales” parece ignorar que, en tiempos de globalización, su objeto de estudio, la cultura, se ha convertido en un bien de consumo gobernado por los imperativos del mercado” “(Castro-Gómez)”. La base de esta percepción es el presupuesto según el cual la producción de bienes materiales de consumo se ha transformado, en la actualidad, en producción de bienes simbólicos que circulan medialmente sin la regulación del valor de uso ni del valor de cambio. Así, lo que se impone en el sistema productivo de esta nueva fase del capitalismo, es lo que Baudrillard ha denominado valor signo, es decir, un valor simbólico que regula el intercambio de significados propio de las representaciones mediáticas. En consecuencia, si las relaciones sociales se hallan determinadas por signos que figuran la realidad (generando simulacros que escenifican todos los sistemas de creencias), la crítica marxista de la ideología pierde toda su fuerza explicativa de los social, puesto que ya no existe ninguna realidad última qué develar.
Los estudios culturales comparten la tesis de Baudrillard y de la sociología entorno a la producción simbólica de bienes. Sin embargo, no están dispuestos a reconocer su indefectible resultado, aquel que deja a los individuos inmersos en un mundo quimérico, repleto de simulacros. En cambio, el argumento del profesor Castro- Gómez consiste en reivindicar la figura de las ideologías, retomando para tal fin la teoría del filósofo francés Louis Althusser. Desde este ángulo la mirada es distinta, porque análogamente al postulado de Van Dijk, las ideologías no adquieren un carácter deformador o simulador, sino que aparecen como los lazos que unen las prácticas sociales y posibilitan dar sentido a los roles institucionales. De este modo es posible pensar que el fenómeno del valor signo no anula el papel de las ideologías, por el contrario, permite que el sistema simbólico de consumo se inserte en una estructura mediática de producción, permitiendo la generación de ámbitos ideológicos que se transmiten a los individuos a través de las diversas manifestaciones del lenguaje (texto, habla, imágenes, sonidos, etc.). En esta forma, el lenguaje adquiera una doble función: 1) constituyendo la articulación entre la base mediática de las representaciones culturales y la asimilación ideológica que configura la subjetividad y los mecanismos grupales 2) sirviendo como herramienta de “seducción” y persuasión que legitima el ejercicio hegemónico (no represivo) de los medios y las élites en el poder.
Las anteriores consideraciones nos llevan a indagar sobre el problema de la economía política de la cultura. Como se ha dicho, la cultura actual atraviesa por un periodo de industrialización, en el cual el capital simbólico influye en el orden comercial, y por lo tanto, en el de las relaciones políticas. La cultura ha devenido en “campo de lucha por la conquista de la hegemonía en el terreno de las representaciones simbólicas”, y como tal, es necesario oponerle una crítica que dé cuenta de cómo “a través de los medios se construyen no sólo las grandes ideologías económicas y políticas, sino también ideologías de género, raza, sexualidad y posición social” “(Castro-Gómez)”. El lenguaje cumple, por ende, un papel determinante en cuanto vehículo significante de los signos que forman la riqueza arquetípica que controla la inmensa mayoría de los imaginarios sociales.
En este punto de la argumentación podemos ver las semejanzas y diferencias que rodean las propuestas del análisis político del discurso y los estudios culturales. En ambos proyectos es innegable el intento por ampliar la antigua concepción marxista de ideología, adecuándola a una nueva era que exige entenderla como ordenación del esquema social. Así mismo, para los dos proyectos es materia común la crítica a las estrategias hegemónicas de que hacen uso las fuentes generadoras de ideologías. Por tal motivo, tanto Van Dijk como Castro-Gómez (de la mano de Althusser) coinciden en afirmar que los medios y el discurso utilizan instrumentos lingüísticos de persuasión para que “los individuos que han internalizado de tal manera las reglas anónimas del aparato, ya no experimenten su sujeción a ellas como una intromisión en su vida privada” “(Castro-Gómez)”. Del mismo modo, hay cierta proximidad en lo referente al papel del lenguaje, que aunque asumido con algunos matices (para uno como codificación y para el otro como curso mediático), es concebido por los autores como canal de institución ideológica.
Tal y como hemos resumido, la tesis de Van Dijk revela que las ideologías deben ajustarse a un criterio de eficacia que optimice los nexos sociales, convirtiendo los bloques ideológicos en interlocución discursiva. Por su parte, los estudios culturales llaman la atención sobre la voluntad de relación figurada que subyace a las ideologías, de las cuales se derivan efectos representativos de consumo cultural. En este sentido, los dos filósofos admiten que las ideologías no poseen un carácter cognitivo de verdad o falsedad, por lo que no deben ser vistas como recursos que oculten o develen las propiedades ontológicas de las relaciones sociales. Finalmente, el reto para ambos enfoques es modelar “una voluntad de intervención activa en la lucha contra las prácticas sociales de dominación y subordinación, haciendo énfasis en el modo particular en que estas prácticas se manifiestan en el terreno de las representaciones simbólicas” “(Castro-Gómez)” y del discurso.
Bibliografía y notas
Van Dijk, Teun A. El discurso como interacción en la sociedad. Editorial Gedisa.
Castro-Gómez, Santiago. Althusser, los estudios culturales y el concepto de ideología. Documento electrónico disponible en:
Excelente análisis! muchas gracias por compartir!
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